KOAN 13: EL METRO


Un obrero en el andén del metro. Un proletario que cada día debe pillar el metro para ir al trabajo. Vive en uno de esos bloque-colmena de la periferia de la ciudad. Trabaja en el polígono industrial de la periferia, en el otro extremo de la ciudad. Ha de cruzar toda la ciudad, hora y media de metro. Una hora y media de ida y otra hora y media de vuelta. Cada día de su vida. Una putada, sí, pero no tiene más remedio que hacerlo.

Entra en el metro a las 7'30. Está abarrotado de gente. Siempre le toca hacer el trayecto de pie. Cada día ve las mismas caras, las mismas personas, todos y cada uno en el mismo sitio de siempre. Los que están sentados, siempre en el mismo asiento y los que están de pie, también lo están en el mismo sitio. Parece com si esta pequeña comunidad, estuviese cada uno abonado a una parcela concreta de metro. 

Nadie habla, nadie se mira, todos están adormilados. Cada día las mismas empleadas del hogar que hace semanas no van a la peluquería y las raíces blancas despuntan por debajo del pelo teñido. Cada día los mismos currantes, mal vestidos en general, con expresión conspicua, como concentrándose para afrontar con resignación una nueva jornada laboral. Cada día la misma estudiante universitaria repasando apuntes con los cascos del ipod incomunicándola de lo que la rodea. Cada día el mismo hombre con americana, corbata y maletín, quizás un ejecutivo venido a menos o un representante de cepillos de dientes, vete a saber….En fin, cada día la típica fauna que conforma el ecosistema del metro.

Hora y media de trayecto y el obrero se baja. Trabaja en la fábrica. A las 5 regresa al metro. Otra vez las mismas personas que antes. Cada una en su sitio correspondiente, inmóviles, imperturbables, silenciosas. En el rostro llevan escrito el cansancio de su jornada. Las empleadas del hogar se han pasado el día quitando polvo y limpiando la mierda ajena, los obreros todo el día apretando tuercas o cualquier otro trabajo rutinario y mecánico, la estudiante repasa ahora el examen de mañana, el señor trajeado ha visitado mil comercios. Todos han trabajado duro, se han ganado el pan con el sudor de su frente, y se nota. En el metro de regreso impera un olor rancio, agrio, de sobaco, de pepueca de pies.

Al día siguiente, más de lo mismo. Y al otro, y al otro, y al otro……Siempre la misma rutina, siempre las mismas personas siguiendo la misma rutina.

Un día este obrero tiene que salir del trabajo media hora antes. No sé el motivo, igual tiene una cita en el médico, no importa, no viene al caso. La cuestión es que se presenta en el andén del metro media hora antes de lo habitual. Llega el metro, entra en su vagón de siempre y  es entonces cuando lo descubre. Ve a un funcionario del metro, con su chaleco amarillo fosforito, rociando las axilas de los pasajeros con un spray. No los rocía con un perfume, ni siquiera con ambientador de pino. El spray desprende un olor rancio, agrio. Ese olor penetrante tan característico que producen las aglomeraciones humanas. Todas las personas del vagón son rociadas, una a una, con aquel pestazo a sudor reconcentrado. Pero para mayor sorpresa y desconcierto, el obrero descubre que el funcionario no está rociando a ninguna persona. Nunca antes se había fijado, ni los había mirado con tanta atención como ahora. El atónito obrero descubre que todos sus compañeros diarios de trayecto eran maniquíes. Unos maniquíes muy currados, eso sí, muy reales, muy personalizados. Todo el metro no era más que un montaje, un escenario para una macro perfomance. Todo es demasiado inverosímil, demasiado paranormal para las entendederas del pobre obrero. Acaba de descubrir que sólo él iba y venía cada día del trabajo. Todo era una iniciativa del ayuntamiento, un plan de emergencia improvisado tras el desmesurado aumento del paro. Un loco proyecto cuyo objetivo era crear la ilusión óptica que todavía había gente que diariamente iba a trabajar. Un plan minucioso, cuidando hasta el último detalle, pestazo de sudor incluido. Todo un plan destinado a mantener la moral alta al último obrero de toda la ciudad que aún conservaba su puesto de trabajo. La pesadilla del paro había empezado a crear nuevas pesadillas.