KOAN 15: EL ZURULLO


Como cada día, aquella vieja, de precaria jubilación, cumplía con su ritual matutino. Salía a la calle con un enorme anorak fucsia que acentuaba la percepción visual de ver como el paso de tiempo le iba menguando sus carnes y sus huesos. Una falda verde loro, medias violeta por debajo de las rodillas, calzada con unas zapatillas de borreguillo color azul turquesa. El rostro arrugado quedaba enmarcado por unas gafas setenteras que parecían hechas con el culo de la botella de Anís El Mono, como el que se pimplaba cada mañana nada más levantarse. Coronaba todo el conjunto con una peluca negro azabache, colocada sobre la testa de cualquier manera, cubriéndole apenas los escasos pelos canosos que le quedaban. Resumiendo, una fuente de inspiración para cualquier "fashion hunter" que tuviera la suerte de cruzarse en su camino. 

Unido a ella por una cadena, llevaba a rastras una bola de sebo con patas. Lo llevaba muy cuco, con un vestidito canino de cuadros escoceses. Tiempo atrás, aquella criatura informe, si bien nunca tuvo una estampa de cierta prestancia, sí que, por lo menos, su aspecto recordaba vagamente la forma de un perrito de raza indefinida. Aquel engendro sarnoso olisqueaba todas las farolas, semáforos y árboles que le salían al paso. Ejecutaba una meadita rápida antes de que la vieja, que iba a piñón fijo, tensara demasiado la cadena y finalizara su vida estrangulado. Una meadita por aquí, otra meadita por allá, iba marcando territorio a las cucarachas. 

Esta exótica pareja formaba parte del paisaje urbano del barrio. También formaban parte del decorado del bar en el que cada mañana entraban a desayunar. Otros parroquianos del mismo calibre, que compartían el mismo ritual matutino de desayunar en aquel antro, ya tenían el culo aposentado en la silla y frente a la mesa de siempre. La vieja y el perrito entran arrastrando los pies, y cada uno ocupa la silla que pareciera ya les tenían reservada. Sin mediar palabra alguna, el camarero les sirve dos cafés con leche acompañados de dos croissants. Con paciencia de monje zen, la vieja va mojando el croissant en la taza, y se lo va dando a su compañero de vejez. La pequeña criatura de ojos vidriados va deglutiendo con deleite, lo que la vieja le va introduciendo en el hocico. Cada mañana el mismo ritual sagrado. Dos seres andrajosos desayunando croissant mojado con el café con leche.


Pero esa mañana, el animal no pudo más. Hasta aquí había podido llegar. Las órbitas de los ojos se le hincharon como bolas de ping pong. La hinchazón acabó apoderándose también de todo su cuerpecito, y reventó.


Empezó con una cagadita, pero la cosa fue en aumento. Daba la sensación que el desdichado bicho estaba vaciando, de golpe, todos los croissants que se había zampado durante lustros cada mañana de su mísera existencia. Uno no sabe como aquel ser diminuto había podido almacenar en su interior tal cantidad de mierda. Tantos años de ignominias, de frustraciones, de soportar vejaciones y humillaciones, acaban por explotar, saliendo afuera de cualquier manera. 

Un non stop de masa fecal empezó a acumularse sobre la silla de arabescos metálicos. Seguía saliendo más y más mierda por aquel ano rodeado de algo parecido a un perro pulgoso. Aquella mierda se desbordó invadiendo el suelo de baldosas de ajedrez. La boñiga aumentaba de volumen sin cesar. Taponó la puerta de salida impidiendo la huida de cualquier cliente que no hubiese tenido los reflejos activados como para poder reaccionar. 

El zurullo alcanzó el techo del local. Todos perecieron en aquel bar que los acogía cada mañana. Todos perecieron bajo aquella montaña de mierda. Una muerte excesivamente metafórica comparándola con el tipo de vida que estaban llevando aquellos míseros jubilados…. Una vida de mierda.








KOAN 14: EL DESHIPNOTIZADOR

Montó un gabinete de "DESHIPNOTIZADOR". Había llegado a la conclusión que mucha gente no necesitaba ser sanada mentalmente a través de la hipnosis sino al contrario, necesitaba ser deshipnotizada. 

A su consulta empezaron a acudir verdaderos casos clínicos incurables. Ese tipo de personas obedientes, aborregados, que se lo creen todo. 

Esos pobres enfermos, víctimas de los mass media, que compran compulsivamente por teléfono cualquier aparatejo que vendan en la tele tienda, da igual que sea una fregona alucinante, una cama hinchable para invitados, un cinturón vibrador que convierte tu abdomen fofo en una tableta de chocolate. 

Esos pobres crédulos que llaman a todas las tarotistas nocturnas, de todos los canales, para conocer su futuro, siendo fácil de adivinar con sólo echar una ojeada al recibo del teléfono a final de mes. 

Esos pobres acongojados que escuchan las tertulias radiofónicas y acaban convencidos que están viviendo una apocalipsis de dimensiones bíblicas y terminan desarrollando una úlcera de estómago. 

Esos pobres obcecados que, a pesar de las corrupciones manifiestas de ciertos líderes políticos, les seguirán votando fielmente creyendo que todo es un montaje orquestado por una organización judeo-masónica.

Esta novedosa iniciativa de "deshipnotizar" fue todo un éxito. Clientela no le faltaba. Demasiada gente hay en el mundo que vive en permanente estado de hipnosis. 

Todo un reto profesional el de "deshipnotizar", el de ayudar, el de poder hacer ver a muchas personas la realidad desde un punto de vista más real. 

Seguro que conocéis a más de uno que necesita con urgencia los servicios de un buen "deshipnotizador".  
No me digáis que no… 


KOAN 13: EL METRO


Un obrero en el andén del metro. Un proletario que cada día debe pillar el metro para ir al trabajo. Vive en uno de esos bloque-colmena de la periferia de la ciudad. Trabaja en el polígono industrial de la periferia, en el otro extremo de la ciudad. Ha de cruzar toda la ciudad, hora y media de metro. Una hora y media de ida y otra hora y media de vuelta. Cada día de su vida. Una putada, sí, pero no tiene más remedio que hacerlo.

Entra en el metro a las 7'30. Está abarrotado de gente. Siempre le toca hacer el trayecto de pie. Cada día ve las mismas caras, las mismas personas, todos y cada uno en el mismo sitio de siempre. Los que están sentados, siempre en el mismo asiento y los que están de pie, también lo están en el mismo sitio. Parece com si esta pequeña comunidad, estuviese cada uno abonado a una parcela concreta de metro. 

Nadie habla, nadie se mira, todos están adormilados. Cada día las mismas empleadas del hogar que hace semanas no van a la peluquería y las raíces blancas despuntan por debajo del pelo teñido. Cada día los mismos currantes, mal vestidos en general, con expresión conspicua, como concentrándose para afrontar con resignación una nueva jornada laboral. Cada día la misma estudiante universitaria repasando apuntes con los cascos del ipod incomunicándola de lo que la rodea. Cada día el mismo hombre con americana, corbata y maletín, quizás un ejecutivo venido a menos o un representante de cepillos de dientes, vete a saber….En fin, cada día la típica fauna que conforma el ecosistema del metro.

Hora y media de trayecto y el obrero se baja. Trabaja en la fábrica. A las 5 regresa al metro. Otra vez las mismas personas que antes. Cada una en su sitio correspondiente, inmóviles, imperturbables, silenciosas. En el rostro llevan escrito el cansancio de su jornada. Las empleadas del hogar se han pasado el día quitando polvo y limpiando la mierda ajena, los obreros todo el día apretando tuercas o cualquier otro trabajo rutinario y mecánico, la estudiante repasa ahora el examen de mañana, el señor trajeado ha visitado mil comercios. Todos han trabajado duro, se han ganado el pan con el sudor de su frente, y se nota. En el metro de regreso impera un olor rancio, agrio, de sobaco, de pepueca de pies.

Al día siguiente, más de lo mismo. Y al otro, y al otro, y al otro……Siempre la misma rutina, siempre las mismas personas siguiendo la misma rutina.

Un día este obrero tiene que salir del trabajo media hora antes. No sé el motivo, igual tiene una cita en el médico, no importa, no viene al caso. La cuestión es que se presenta en el andén del metro media hora antes de lo habitual. Llega el metro, entra en su vagón de siempre y  es entonces cuando lo descubre. Ve a un funcionario del metro, con su chaleco amarillo fosforito, rociando las axilas de los pasajeros con un spray. No los rocía con un perfume, ni siquiera con ambientador de pino. El spray desprende un olor rancio, agrio. Ese olor penetrante tan característico que producen las aglomeraciones humanas. Todas las personas del vagón son rociadas, una a una, con aquel pestazo a sudor reconcentrado. Pero para mayor sorpresa y desconcierto, el obrero descubre que el funcionario no está rociando a ninguna persona. Nunca antes se había fijado, ni los había mirado con tanta atención como ahora. El atónito obrero descubre que todos sus compañeros diarios de trayecto eran maniquíes. Unos maniquíes muy currados, eso sí, muy reales, muy personalizados. Todo el metro no era más que un montaje, un escenario para una macro perfomance. Todo es demasiado inverosímil, demasiado paranormal para las entendederas del pobre obrero. Acaba de descubrir que sólo él iba y venía cada día del trabajo. Todo era una iniciativa del ayuntamiento, un plan de emergencia improvisado tras el desmesurado aumento del paro. Un loco proyecto cuyo objetivo era crear la ilusión óptica que todavía había gente que diariamente iba a trabajar. Un plan minucioso, cuidando hasta el último detalle, pestazo de sudor incluido. Todo un plan destinado a mantener la moral alta al último obrero de toda la ciudad que aún conservaba su puesto de trabajo. La pesadilla del paro había empezado a crear nuevas pesadillas.



KOAN 12: LA VENGANZA


No ha sido el primero, ni tampoco será el último. La crisis ha saltado al ruedo embistiendo a todo el que se le ponga por delante, repartiendo cornadas sin miramientos, sembrando el pánico entre la ciudadanía indefensa. De acuerdo, más cornadas da el hambre, pero por el momento eso es lo que hay.

Hace apenas unos meses era un ciudadano más o menos respetable. No se lo puede creer, pero le ha sucedido a él. El banco le ha embargado su vivienda, por no poder pagar la hipoteca. Sólo le faltaban dos años….18 años pagando religiosamente cada mes, y ZAS, de la noche a la mañana, de patitas a la calle con una mano detrás y otra delante. 

La rabia que siente clama venganza. Coge unos cuantos cartones del contenedor y se instala,  por la cara, a vivir en el cajero automático de la misma sucursal del banco en la que firmó la hipoteca del piso. ¡ Es su venganza personal !!!  

Todos los cajeros automáticos de la ciudad, cuando cae la noche, están habitados por las víctimas de la voracidad bancaria…


KOAN 11: EL SÍNDROME


Cuando se repartió el juego de cartas de la vida, lo siento, a ti te tocó al completo el palo de bastos.

Has nacido en un infame barrio periférico de una gran ciudad, y nunca has podido zafarte de ahí. Tu mirada sólo ha conocido estos ciclópeos monolitos de hormigón gris, estos infames bloques con ventanitas detrás de las cuales sobreviven, enterrados por su destino, aquellos desafortunados que, como tú, nunca han encontrado la salida de este abyecto barrio periférico de gran ciudad. Por muchas vueltas que has dado entre este laberinto de engendros arquitectónicos, nunca has encontrado el letrero verde de EXIT con el dibujito de un desdichado huyendo por una puerta pies para que os quiero. 

Toda tu vida has estado rodeado de tanta fealdad que ni siquiera eres consciente de ello. Todo lo que te rodea a diario es feo, sucio, degradante, infame, miserable hasta la ignominia….Y no conoces nada más !!! 

¿Es posible que alguna vez alguien se haya exprimido las neuronas para diseñar toda esta monstruosa zafiedad que te rodea o es un mero producto del azar? ¿ Es toda esta fealdad  el fruto de una extraña búsqueda estética de algún enajenado? O más inquietante todavía, todo este horror estético, todo este desaguisado urbanístico que desafía al buen gusto… ¿Responde a un plan bien trazado por una obscena ética que tiene por objetivo crear un decorado, un escenario que encoja el alma humana, que la enturbie, que la embrutezca para siempre?  A estas alturas es difícil saber la respuesta… 

 Si las cosas pueden ir a peor, no lo dudes, acaban yendo. En tu fábrica han soltado un ERE que insiste, erre que erre, en diezmar la clase obrera. Adiós al bienestar que nunca has conocido.

Los representantes sindicales reaccionan, se indignan, convocan una manifestación, una movilización general de toda la fábrica. Levantan el culo de sus poltronas para hacer un poco de ejercicio y  justificar su sueldo, se despeinan las barbas y se ponen sus mejores galas ataviados con camisas a cuadros descoloridas. Todos los obreros en pleno tomáis el metro dirección a la zona alta de la ciudad con la aviesa intención de protestar frente a la casa del patrón (perdón, ahora se dice "emprendedor") de la fábrica.

Será porque en los barrios ricos no hay industrias, será porque hace poco ha llovido, el caso es que al salir del metro  ves que allí el cielo es más límpido, más impoluto, da la sensación que Dios acaba de crear el mundo en este preciso instante.

Un rayo de sol ilumina con especial ternura una antigua y elegante casa "noucentista" haciendo brillar con intensidad su roja pared con su serigrafía de guirnaldas florales y sus angelitos blancos que parecen dar saltitos de alegría ante la inesperada visión de tanta belleza.

Súbitamente se apoderan de ti unos espasmos, unos sudores, una excitación. Tiemblas, el corazón palpita incontrolado, la mente se obnubila, te zumban los oídos y un intenso vértigo subyuga tus sentidos. Te desplomas  allí mismo, sobre la acera. Una ambulancia te devuelve a tu barrio periférico de gran ciudad, te ingresa en tu hospital. Los médicos achacan esta orgía de síntomas dispares al estrés, a la crisis, al miedo a perder el trabajo, a que el banco te embargue el piso…

Está visto que los médicos del hospital de tu barrio periférico de gran ciudad nunca han tratado a alguien con el SÍNDROME DE STENDHAL. 


KOAN 10: EL ARTE DE ESCUCHAR


BLABLABLABlablabla…Era de esa clase de tipos que sufren incontinencia verbal BLABLABLAblablabla de los que se pasan todo el santo día con el BLABLABLA,  que si BLABLABLA p'arriba, que si BLABLABLA p'abajo, un  BLABLABLA sin tregua, sin reposo, casi sin respirar BLABLABLA  un mantra infinito, un miedo, un terror cósmico al vacío, al silencio BLABLABLA un bucle eterno de palabras, un anillo de moebius reiterativo, un pozo sin fondo que había que llenar y rellenar con su desmesurada, inconmensurable, exagerada  verborrea, BLABLABLA y BLABLABLA y una vez más BLABLABLABlablabla……..

Algunos días amanecía traspuesto, extrañamente poético y se lanzaba sin pudor a variaciones temáticas con un inspirado BLI, BLI, BLI…o también un BLU,BLU,BLU e incluso llegaba a componer complejas estructuras verbales con unos atrevidos BLI, BLA, BLE, BLA, BLO, BLU, BLU, BLE, BLI, BLI,BLAB, BLAB……

Bien es cierto que sus cuerdas vocales sufrían de tan descontrolada explotación, pero sin duda, mayor era el sufrimiento que ocasionaba en la paciencia ajena. Estar a su lado y acabar con dolor de cabeza era todo uno.

Una mañana descubrió alarmado que al abrir la boca no salía sonido alguno. Fue un drama repentino.Aquel charlatán irredento se había quedado mudo, así, sin más. No me preguntéis cómo. Los castigos divinos casi nunca tienen una explicación racional, ni siquiera razonable. Al igual que  una vez los dioses castigaron la soberbia de Beethoven sumiéndolo en la sordera para que no pudiera escuchar su propia música y a Homero le ofuscaron la vista para que no pudiera contemplar más las hazañas de sus conciudadanos, aquel pobre diablo fue castigado con la mudez para que cesara de una vez su parloteo inconexo.

Una angustia desconocida estremeció todo su ser. Sin el abrigo incesante de sus palabras se sentía desnudo, 
   
Cayó primero en la desesperación, a lo que le siguió la frustración, hasta hundirse en las ciénagas de la depresión. Empezó poco a poco a resignarse, a aceptar la nueva situación, siguiendo con toda naturalidad, sin salirse ni un ápice, el guión marcado por los analistas y escrutadores de los mecanismos secretos de la mente, hasta me atrevería a decir que del alma humana. Todo muy de manual de autoayuda.

Empezó a dar sus primeros pasos, vacilante, temeroso en esta extraño mundo que no podía asir sin sus BLABLABLA. Al no poder hablar empezó a percatarse de un extraño fenómeno, algo que rozaba lo paranormal. En esta nueva realidad , la gente, en vez de huir de su presencia, al no poder hablar se le acercaba. Al estar callado pudo oír por primera vez a los demás. Las personas sencillas se sentían a gusto a su lado, eran seres que buscaban alguien que les escuchara, que buscaban una oreja paciente donde volcar todos sus problemas, sus dudas, sus inquietudes, sus menudencias, sus manías, sus pájaras mentales, sus idas de olla, sus traumas, sus obsesiones, sus neurosis, sus paranoias, sus esquizofrenias, sus bajos instintos, sus perversas pasiones, sus….sus…sus…

 Aquel pobre tipo, el pobre mudito, estaba pagando en su propia trompa de eustaquio todos sus anteriores pecados, todas sus eyaculaciones verbales.

Se supone que escuchar te hace sabio, que se aprenden muchas cosas, que todas las desgracias esconden, cual pirata su tesoro, un mensaje oculto, un secreto a descubrir que te cambiará hacia una vida mejor. Quizás esto dependa de quien se acerque a hablarte, quizás de la actitud receptiva del escuchador, o bien de su percepción, de su sensibilidad. No sé. El caso es que por mucho que escuchara ( no tenía otro remedio ) no aprendía nada nuevo ni siquiera algo mínimamente interesante. Descubrió, eso sí, que no había nada relevante que decir, ni de su parte ni de parte de los demás.

 Sólo deseaba que los dioses le concedieran la oportunidad de poder pronunciar una palabra de nuevo….Era una palabra que le brotaba de los abismos del alma, una palabra que sentía la necesidad de gritar, casi de aullar, a los cuatro vientos. Una palabra contundente, estentórea, un grito descarnado que pudieran oír con toda claridad aquellos plastas que abusaban de sus oídos y de su paciencia. Sólo una vez, sólo una palabra:  ¡BASTA !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!∫  


KOAN 9: EL PARQUE



El ayuntamiento tuvo un ataque de madurez y transformó todas las plazas y parques públicos. Una cruzada visceral contra arbolitos y florecitas, exterminó sin piedad cualquier señal de vida que pudiera recordar a los ciudadanos de diseño la existencia de la naturaleza. Las obras se pusieron en marcha. En poco tiempo plazas y parques fueron cubiertos de cemento y hormigón. Los arquitectos estrella enloquecieron y diseñaron, con maldad y alevosía, espacios con desniveles diabólicos, esculturas de hierro punzantes que agredían a la vista y todo tipo de engendros arquitectónicos destinados a impedir el paseo apacible de los contribuyentes. Estos espacios fruto de la enajenación, ahuyentaron a los ciudadanos pacíficos, pero fueron acogidos con satisfacción por delincuentes de toda calaña, por drogatas y por hordas de skaters que gozaban lo indecible con todas aquellas barreras arquitectónicas.

El resto de la ciudadanía que acostumbra a utilizar los espacios públicos (mamás con niños, jubilados, parados, rentistas y fauna similar) se vieron obligados a hacinarse en los pocos parques con arbolitos y florecitas que, incomprensiblemente, se habían salvado de la razzia municipal.

Aquella pobre viejita, de piernas tambaleantes, tenía que recorrer una larga distancia para llegar al parque más cercano. Buscaba un poquito de paz, que el solecito le calentara los huesos y entretenerse un ratito echando migas de pan a las palomas. Pero el parque era un guirigall donde se mezclaba el griterío de los niñatos bullosos con las juergas que montaban los jubilados petanqueros. Demasiados decibelios. A la pobre viejita le retumbaban los tímpanos incluso con el sonotone apagado. Día a día su resentimiento iba envenenando sus venas artereocleróticas. No aguantaba más. Su odio iba en crescendo y se acumulaba en su interior como la mierda de paloma encima de las cabezas de las esculturas. Necesitaba poder llegar al parque y encontrar un poco de sosiego y tranquilidad. Hasta que su santa paciencia se le acabó.

Un día, al llegar a casa, buscó en su biblioteca. Entre un libro de cocina y un santoral, lo encontró. Era un libro de brujería que había heredado de su bisabuela. Se puso a girar páginas en busca de una solución drástica a su problema. La encontró. En su cocina empezó a hervir, dentro de las cazuelas de acero inoxidable, viscosos mejunjes y extraños elixires compuestos con yerbajos comprados en la herbolistería de la esquina. Lo dejó macerar siete días a sol y serena. Mojó migas de pan con aquella pócima y las guardó en una bolsita. Se fue al parque, se sentó en su banco favorito y se las tiró a las palomas que se las zamparon sin muchos miramientos. En pocos minutos la fórmula mágica surgió el efecto esperado. Las blancas palomas empezaron a sufrir una insólita metamorfosis, se fueron transformando en oscuros alacranes que, enloquecidos, empezaron a repartir picotazos a diestro y siniestro a todo aquel tobillo que se cruzara en su camino. En pocos días, aquella jauría de ciudadanos ruidosos, había sido exterminada. La respetable viejita podía al fin gozar de la paz, del solecito y distraerse echando migas de pan a los alacranes, en el último parquecito que ha sobrevivido en la ciudad.